domingo, 28 de febrero de 2010

A propósito de la vida


NO TAN ALTO
por Pablo Neruda

De cuando en cuando y a lo lejos
Hay que darse un baño de tumba.
Sin duda todo está muy bien
y todo está muy mal, sin duda.
Van y vienen los pasajeros,
crecen los niños y las calles,
por fin compramos la guitarra
que lloraba sola en la tienda.
Todo está bien, todo está mal.
Las copas se llenan y vuelven
naturalmente a estar vacías
y a veces en la madrugada,
se mueren misteriosamente.
Las copas y los que bebieron.
Hemos crecido tanto que ahora
no saludamos al vecino
y tantas mujeres nos aman
que no sabemos cómo hacerlo.
¡Qué ropas hermosas llevamos!
Y ¡qué importantes opiniones!
Conocí a un hombre amarillo
que se creía anaranjado
y a un negro vestido de rubio.
Se ven y se ven tantas cosas.
Vi festejados los ladrones
por caballeros impecables,
y esto se pasaba en inglés.
Y vi a los honrados, hambrientos,
buscando pan en la basura.
Yo sé que no me cree nadie.
Pero lo he visto con mis ojos.
Hay que darse un baño de tumba
y desde la tierra cerrada
mirar hacia arriba el orgullo.
Entonces se aprende a medir.
Se aprende a hablar, se aprende a ser.
Tal vez no seremos tan locos,
tal vez no seremos tan cuerdos.
Aprenderemos a morir.
A ser barro, a no tener ojos.
A ser apellido olvidado.
Hay unos poetas tan grandes
que no caben en una puerta
y unos negociantes veloces
que no recuerdan la pobreza.
Hay mujeres que no entrarán
por el ojo de una cebolla
y hay tantas cosas, tantas cosas,
y así son, y así no serán.
Si quieren no me crean nada.
Sólo quise enseñarles algo.
Yo soy profesor de la vida,
vago estudiante de la muerte
y si lo que sé no les sirve
no he dicho nada, sino todo.

miércoles, 24 de febrero de 2010

“Siempre marchas con nosotros, Tío Ho”

La embajada de Viet Nam en Argentina realizó un montaje audio-visual en la que se traza un exhustivo y al mismo tiempo emocionado retrato de uno de los grandes de todos los tiempos: Ho Chi Minh.

Un ser humano excepcional. Antes de morir, dijo:

“Durante toda mi vida, he servido con todas mis fuerzas y con todo mi corazón a la Patria, a la Revolución y al Pueblo. Ahora, si debo partir de este mundo, no hay nada que sienta más que no poder servirlos más tiempo”.
Pueden ver este trabajo, dividido en tres partes, en la siguiente dirección de ARGENPRESS.

Aprender de Haití: una asignación inconclusa


por Ignacio Ramonet

Por muy "natural" que parezca, ninguna catástrofe es natural. Un seísmo de intensidad idéntica causa más víctimas en un país empobrecido que en otro rico e industrializado. Ejemplo: el terremoto de Haití, de magnitud 7,0 en la escala de Richter, ha ocasionado más de cien mil muertos, mientras que el de Honshu (Japón), de idéntica fuerza (7,1), acaecido hace seis meses, apenas provocó un muerto y un herido.

"Los países más pobres y los que tienen problemas de gobernabilidad están más expuestos a riesgos que los otros", confirma un reciente informe de la ONU (1). En una misma ciudad, el impacto humano de una calamidad puede ser muy distinto según las características de los barrios. En Puerto Príncipe, el seísmo se ensañó con las desvencijadas barriadas populares del centro. En cambio, los distritos privilegiados de la burguesía mulata comerciante apenas padecieron estragos.

Tampoco son iguales los pobres ante la adversidad. La Federación Internacional de la Cruz Roja sostiene que, en caso de desastre, "las mujeres, los discapacitados, los ancianos y las minorías étnicas o religiosas, víctimas habituales de la discriminación, son más castigados que los demás" (2).

Por otra parte, aunque un país no sea rico, si se dota de una política eficaz de prevención de catástrofes puede salvar muchas vidas. En agosto de 2008, el ciclón Gustav , el más violento de los últimos cincuenta años, azotó el Caribe con vientos de 340 kilómetros por hora. En Haití mató a 66 personas. Sin embargo, en Cuba no causó ninguna víctima mortal...
¿Es Haití un país pobre? En verdad, no hay países pobres; sólo existen "países empobrecidos". No es lo mismo. En el último tercio del siglo XVIII, Haití era la Perla de las Antillas y producía el 60% del café y el 75% del azúcar que se consumía en Europa. Pero, de su gran riqueza sólo se beneficiaban unos 50.000 colonos blancos, y no los 500.000 esclavos negros que la producían.
Invocando los nobles ideales de la Revolución Francesa, esos esclavos se sublevaron en 1791 al mando de Toussaint Louverture, el Espartaco negro . La guerra duró trece años. Napoleón envíó una expedición de 43.000 veteranos. Triunfaron los insurrectos. Fue la primera guerra racial anticolonial y la única rebelión de esclavos que desembocó en un Estado soberano.
El 1 de enero de 1804, se proclamó la independencia. Sonó como un aldabonazo en el continente americano. Los esclavos negros demostraban que, por su propia lucha, sin la ayuda de nadie, podían conquistar la libertad. Afro-América emergía en la escena política internacional.

Pero el "mal ejemplo" de Haití -así lo calificó el Presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson- aterrorizó a las potencias que seguían practicando la esclavitud. No se le perdonó. Y nadie reconoció, ni ayudó a la nueva república negra, pesadilla del colonialismo blanco. Aún hoy, el viejo terror no ha desaparecido. Pat Robertson, telepredicador estadounidense, ¿no acaba acaso de afirmar: "Miles de hatianos han muerto en el seísmo porque los esclavos de Haití hicieron un pacto con el diablo para obtener su libertad" (3)?

El nuevo Estado independiente fue boicoteado durante decenios con la idea de "recluir la peste" en ese país. Haití cayó en guerras civiles que arrasaron su territorio. Se perdió la necesaria etapa de construcción de un Estado-nación. Institucionalmente, a pesar de la gran calidad de sus numerosos intelectuales, el país quedó estancado.
Después vino el tiempo de la ocupación por Estados Unidos que duró de 1915 a 1934. Y de la guerra de resistencia. El héroe de la rebelión, Charlemagne Péralte, fue crucificado por los marines , clavado en la puerta de una iglesia... Washington acabó por ceder Haití a nuevos dictadores, entre ellos: Papa Doc Duvalier, uno de los más despóticos.

En los años 1970, aún gozaba Haití de soberanía alimentaria, sus agricultores producían el 90% de los alimentos que consumía la población. Pero el Plan Reagan-Bush, impuesto por Washington, obligó a suprimir los aranceles sobre la importación de arroz, producto básico del cultivo local. El arroz estadounidense, más barato porque estaba subvencionado, inundó el mercado local y arruinó a miles de campesinos que emigraron en masa a la capital, donde el seísmo los ha atrapado...

La única experiencia de gobierno realmente democrático, fue la de Jean-Bertrand Aristide, dos veces Presidente (1994-1996 y 2001-2004). Pero sus propios errores y la presión de Washington lo empujaron al exilio. Desde entonces, de hecho, Haití se halla bajo tutela de la ONU y de un conglomerado de ONGs internacionales. El Gobierno de René Préval ha sido sistemáticamente privado de medios de acción. Por eso resulta absurdo reprocharle su inoperancia ante los efectos del seísmo. Hace tiempo que el sector público fue desmantelado y sus principales actividades transferidas, si eran rentables, al sector privado, o a las ONGs cuando no lo eran. Antes de convertirse en el Ground Zero del planeta, Haití ya era el primer caso de "colonialismo humanitario". La tragedia reforzará la dependencia. Y por consiguiente las resistencias. El "capitalismo de choque", descrito por Naomi Klein, hallará una nueva ocasión de reclamar -en nombre de la eficacia- la privatización integral de todas las actividades económicas y comerciales ligadas a la reconstrucción.

Estados Unidos está en primera línea, con sus Fuerzas Armadas desplegadas en una ofensiva humanitaria de gran envergadura. Resultado sin duda de un generoso deseo de socorrer. Pero también de indiscutibles intereses geopolíticos. Washington prefiere invadir Haití de ayuda que ver invadidas sus costas por decenas de miles de boat people haitianos. En el fondo, se trata de la misma vieja obsesión: "recluir la peste"...
(foto tamada de Blogs Periodistas Cubanos)

Notas:
(1) Riesgo y pobreza en un clima cambiante. Invertir hoy para un mañana más seguro , Naciones Unidas, Nueva York, mayo de 2009.
(2) Informe Mundial sobre los desastres 2009 , Cruz Roja Internacional, Ginebra, julio de 2009.
(3) Christian Broadcasting Network, 14 de enero de 2010.

lunes, 15 de febrero de 2010

TODO LO BUENO, SE HACE LENTAMENTE

por Mark Sommer
ARCATA, CALIFORNIA, Feb (IPS) En una cultura global dominada por la impaciencia de la juventud y alimentada por cadenas de suministros rápidos todo necesita ser hecho de inmediato. Pero justo cuando parece que la perversa velocidad ha contagiado a todo el planeta, están brotando movimientos para apretar el freno y saborear lentamente los placeres simples de la vida, precisamente en aquellas culturas más adictas a la aceleración, mientras antiguas civilizaciones orientales como las de China e
India, largamente atrapadas en la pobreza y el atraso tecnológico, se ponen en marcha y barren siglos de lenta vida aldeana con un frenético desarrollo industrial.

Entretanto, las sociedades occidentales desde hace largo tiempo adictas a la velocidad se hallan atascadas en una vida alterada por la recesión, que está forzando a muchos a permanecer en sus casas. Lo que una vez fue una ansiosamente esperada aventura, el viaje aéreo, se ha transformado en una cara experiencia. Cocinar en la propia casa, cuidar el jardín y el casi olvidado arte de la conversación son cosas que están volviendo a ganar popularidad. El desempleo y el subempleo están invirtiendo las prioridades de la mayoría de los estadounidenses de las clases media y trabajadora.

Algunos de estos cambios han sido forzados por las cambiantes condiciones de vida. Pero hay también movimientos conscientes de la necesidad del cambio. Quienes abogan por la lentitud señalan su antecedente en el movimiento "slow food" fundado en Italia por Carlo Petrini en los años 80 durante una campaña para evitar que MacDonald's se estableciera en las cercanías de las escalinatas de la romanísima Piazza Spagna. Los defensores de la "comida lenta" propician una agricultura sostenible y ubicada más localmente, una más compasiva cría de animales y un más relajado paladeo de los sabores.

Desde entonces no sólo proliferó la comida lenta sino también el viaje lento, el arte lento, el diseño lento e incluso el sexo lento. Como señaló alguna vez la actriz del cine mudo Mae West "Todas las cosas que valen la pena, hay que hacerlas lentamente." Carl Honore, cuyo libro "Elogio de la lentitud" fue el primero que reunió los dispares hilos de este movimiento en vías de expansión, resalta que alabar la lentitud no significa un rechazo de la tecnología avanzada ni una resistencia lúdica a todas las cosas nuevas y rápidas, sino que se trata de encontrar un equilibrio entre rápido y lento, entre movimiento y quietud. De este modo, por ejemplo, podemos usar las innegables ventajas de las comunicaciones instantáneas para reducir la necesidad de movernos de lugar en lugar.

El movimiento "Recupere su tiempo", con base en Seattle, propone que retomemos el control de nuestra vida, alienada por el ritmo acelerado de la sociedad actual, y opina que ello servirá para reducir nuestro propio impacto sobre el ambiente, para mejorar la salud personal y pública y ahorrar dinero. El coordinador de ese movimiento, John de Graaf, demuestra que, no obstante las estrecheces que provocan las crisis económicas, durante ellas se registran mejoras tanto en la salud personal como en la pública. Por ejemplo, a uno por ciento de aumento del desempleo corresponde medio punto porcentual de reducción de la tasa de mortalidad. Y el mayor ascenso del promedio de expectativa de vida de los estadounidenses ­seis años- se produjo durante la Gran Depresión de los años 30.

Además, durante la actual recesión en Estados Unidos ha habido un buen aumento de participantes en tareas voluntarias, un 40% de incremento en la jardinería hogareña y un 20% de disminución de víctimas fatales de accidentes de tránsito (10.000 menos muertos por año). Con un 10% de desempleo y un subempleo del 7%, la semana de trabajo promedio es hoy de 33 horas, el nivel más bajo desde 1964. Con menos vehículos en movimiento se registran menos contaminación ambiental y menos casos de asma.

Hasta hace poco el movimiento slow había sido en gran medida integrado por quienes disponen de medios y tiempo para el disfrute del ocio. Pero la Gran Recesión puede llevar a muchos más estadounidenses y a otros que comparten su cultura a explorar modos de ser y hacer más lentos y menos consumistas. Para los occidentales adictos a la velocidad son potencialmente enormes los beneficios en materia energética, ambiental y sanitaria que les puede proporcionar un ritmo pausado. Pero tales efectos en Occidente tienen como contrapartida la súbita aceleración de las economías y las culturas en Oriente.

Europa occidental está décadas adelantada con respecto a América del Norte en su cambio hacia la lentitud. Habiendo sufrido siglos de guerras, revoluciones e industrialización, los europeos lanzaron un colectivo suspiro de tristeza y al mismo tiempo de alivio después de las pérdidas de la Segunda Guerra Mundial y adoptaron un estilo de vida más reposado. Ante la declinación de su carácter de superpotencia, Estados Unidos está por experimentar una definitiva reducción de su papel en el mundo. Para algunos la amargura, el resentimiento y un rechazo a enfrentar los hechos ha provocado la estimulación de una desafiante mentalidad de "apretar el acelerador a fondo". Pero, para muchos otros la desaceleración es una oportunidad para bajar el ritmo y saborear cosas que se han perdido durante generaciones de febril actividad. (IPS)
(*) Mark Sommer, periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities.

viernes, 12 de febrero de 2010

"BUSCANDO JUNTOS", de don Pepe Mujica


La amiga Marcia Rivera, una de nuestras intelectuales más fecundas, de gran trayectoria en los movimientos sociales y en el estudio de los procesos electorales de Puerto Rico, recién ha circulado un discurso del presidente electo de Uruguay.

Las palabras de don Pepe --nombre al oído grato de quienes somos hijos de un don Pepe-- deben ser leídas con calma. Y si la emoción domina, !aprovéchela!... que en estos tiempos de oscurantismo no hay nada mejor que una buena lágrima en homenaje al conocimiento y la verdadera solidaridad.

Aquí el discurso de don Pepe Mujica a un grupo de intelectuales uruguayos.

Transcripción de discurso de Pepe Mujica ante académicos e intelectuales del Uruguay (diciembre, 2009)

Queridos amigos:

La vida ha sido extraordinariamente generosa conmigo.
Me ha dado un sinfín de satisfacciones más allá de lo que nunca me hubiera atrevido a soñar. Casi todas son inmerecidas. Pero ninguna más que la de hoy: encontrarme ahora aquí, en el corazón de la democracia uruguaya, rodeado de cientos de cabezas pensantes. ¡Cabezas pensantes! A diestra y siniestra.
Cabezas pensantes a troche y moche, cabezas pensantes pa' tirar pa' arriba.

¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes? El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero. Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena. Cuanto más ajena, mejor. Cuanto menos coincide con mis pequeños saberes, mejor. El semanario BÚSQUEDA tiene una hermosa frase que usa como insignia: “Lo que digo no lo digo como hombre sabedor, sino buscando junto con vosotros”. Por una vez estamos de acuerdo. ¡Si estaremos de acuerdo!

Lo que digo, no lo digo como chacarero sabiondo, ni como payador leído, lo digo buscando con ustedes. Lo digo, buscando, porque sólo los ignorantes creen que la verdad es definitiva y maciza, cuando apenas es provisoria y gelatinosa. Hay que buscarla porque anda corriendo de escondite en escondite. Y pobre del que emprenda en soledad esta cacería. Hay que hacerlo con ustedes, con los que han hecho del trabajo intelectual la razón de su vida. Con los que están aquí y con los muchos más que no están.

DE TODAS LAS DISCIPLINAS

Si miran para el costado van a encontrar seguramente algunas caras conocidas porque se trata de gente que se desempeña en espacios de trabajo afines. Pero van a encontrar mucho más caras que les son desconocidas, porque la regla de esta convocatoria ha sido la heterogeneidad.
Aquí están los que se dedican a trabajar con átomos y moléculas y los que se dedican a estudiar las reglas de la producción y el intercambio en la sociedad.
Hay gente de las ciencias básicas y de su casi antípoda, las ciencias sociales; gente de la biología y del teatro, y de la música, de la educación, del derecho y del carnaval.
Y en tren de que no falte nada, hay gente de la economía, de la macroeconomía, de la microeconomía, de la economía comparada y hasta alguno de la economía doméstica.
Todas cabezas pensantes, pero que piensan en distintas cosas y pueden contribuir desde sus distintas disciplinas a mejorar este país.Mejorar este país significa muchas cosas, pero desde los acentos que queremos para esta jornada, mejorar el país significa empujar los complejos procesos que multipliquen por mil el poderío intelectual que aquí esta reunido. Mejorar el país, significa que dentro de veinte años, para un acto como este no alcance el Estadio Centenario, porque al Uruguay le salen ingenieros, filósofos y artistas hasta por las orejas. No es que queramos un país que bata los récords mundiales por el puro placer de hacerlo. Es porque está demostrado que, una vez que la inteligencia adquiere un cierto grado de concentración en una sociedad, se hace contagiosa.

INTELIGENCIA DISTRIBUIDA

Si un día llenamos estadios de gente formada va a ser porque afuera, en la sociedad, hay cientos de miles de uruguayos que han cultivado su capacidad de pensar. La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida.
Es la que no está sólo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle. La inteligencia que se usa para sembrar, para tornear, para manejar un autoelevador o para programar una computadora. Para cocinar, para atender bien a un turista, es la misma inteligencia. Unos subirán más escalones que otros, pero es la misma escalera. Y los peldaños de abajo son los mismos para la física nuclear que para el manejo de un campo. Para todo se precisa la misma mirada curiosa, hambrienta de conocimiento y muy inconformista. Se termina sabiendo, porque antes supimos estar incómodos por no saber. Aprendemos porque tenemos picazón y eso se adquiere por contagio cultural, casi cuando abrimos los ojos al mundo.

Sueño con un país en el que los padres le muestren el pasto a los hijos chicos y le digan: “¿Sabés qué es eso?, es una planta procesadora de la energía del sol y de los minerales de la tierra”.
O que les muestren el cielo estrellado y hagan piecito en ese espectáculo para hacerlos pensar en los cuerpos celestes, en la velocidad de la luz y en la transmisión de las ondas.
Y no se preocupen, que esos uruguayos chicos igual van a seguir jugando al fútbol. Sólo que, en una de esas, mientras ven picar la pelota puedan pensar a la vez en la elasticidad de los materiales que la hacen rebotar!.

CAPACIDAD DE INTERROGARSE

Había un dicho: “No le des pescado a un niño, enséñale a pescar”. Hoy deberíamos decir: “No le des un dato al niño, enséñale a pensar”. Tal como vamos, los depósitos de conocimiento no van a estar más dentro de nuestras cabezas, sino ahí afuera, disponibles para buscarlos por Internet. Ahí va a estar toda la información, todos los datos, todo lo que ya se sabe. En otras palabras, van a estar todas las respuestas. Lo que no van a estar es todas las preguntas. En la capacidad de interrogarse va a estar la cosa. En la capacidad de formular preguntas fecundas, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y aprendizaje.

Y eso está allá abajo, marcado casi en el hueso de nuestra cabeza, tan hondo que casi no tenemos conciencia. Simplemente aprendemos a mirar el mundo con un signo de interrogación, y esa se vuelve la manera natural de mirar el mundo.
Se adquiere temprano y nos acompaña toda la vida. Y sobre todo, queridos amigos, se contagia. En todos los tiempos, han sido ustedes, los que se dedican a la actividad intelectual, los encargados de desparramar la semilla. O para decirlo con palabras que nos son muy queridas: ustedes han sido los encargados de encender la admirable alarma. Por favor, vayan y contagien. ¡No perdonen a nadie!

Necesitamos un tipo de cultura que se propague en el aire, entre en los hogares, se cuele en las cocinas y esté hasta en el cuarto de baño. Cuando se consigue eso, se ganó el partido casi para siempre. Porque se quiebra la ignorancia esencial que hace débiles a muchos, una generación tras otra.

EL CONOCIMIENTO ES PLACER

Necesitamos masificar la inteligencia, primero que nada para hacernos productores más potentes. Y eso es casi una cuestión de supervivencia. Pero en esta vida, no se trata sólo de producir: también hay que disfrutar. Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.

Dicen que la gente que trota por la Rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo queda el placer.
Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.
¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!
Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.
No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines. ¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!

Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers.
En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos... No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible. Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.

Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos. Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.
Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.

Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento. En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada...

INCONFORMISMO

Les pedía antes que contagien la mirada curiosa del mundo, que está en el ADN del trabajo intelectual. Y ahora, agrando el pedido, les ruego que contagien inconformismo. Estoy convencido que este país necesita una nueva epidemia de inconformismo como la que los intelectuales generaron décadas atrás.
En el Uruguay, los que estamos en el espacio político de la izquierda somos hijos o sobrinos de aquel semanario Marcha del gran Carlos Quijano. Aquella generación de intelectuales se había impuesto a sí misma la tarea de ser la conciencia crítica de la nación. Anduvieron con alfileres en la mano pinchando globos y desinflando mitos.
Sobre todo el mito del Uruguay multicampeón. Campeón de la cultura, de la educación, del desarrollo social y de la democracia. ¡Qué íbamos a ser campeones de nada! Y menos en esos años, en las décadas de los cincuenta y sesenta, donde el único récord que supimos conseguir fue la del país de Latinoamérica que menos creció en veinte años. Sólo nos superó Haití en ese ranking.

Esos intelectuales ayudaron a demoler aquel Uruguay de la siesta conformista.
Con todos sus defectos, preferimos esta etapa, donde estamos más humildes y ubicados en la real estatura que tenemos en el mundo. Pero tenemos que recuperar aquel inconformismo y tratar de metérselo debajo de la piel al Uruguay entero.
Antes les decía que la inteligencia que le sirve a un país es la inteligencia distribuida. Ahora les digo que el inconformismo que le sirve a un país es el inconformismo distribuido. El que ha invadido la vida de todos los días y nos empuja a preguntarnos si lo que estoy haciendo no se puede hacer mejor. El inconformismo está en la naturaleza misma del trabajo que ustedes hacen. Se precisa que se nos haga a todos una segunda naturaleza. Una cultura del inconformismo es la que no nos deja parar hasta conseguir más kilos por hectárea de trigo o más litros por vaca lechera.

Todo, absolutamente todo, se puede hacer hoy un poco mejor que ayer. Desde tender la cama de un hotel a matrizar un circuito integrado. Necesitamos una epidemia de inconformismo. Y eso también es cultural, eso también se irradia desde el centro intelectual de la sociedad a su periferia. Es el inconformismo el que ha ganado el respeto a pequeñas sociedades y a lo que hacen. Ahí andan los suizos, cuatro gatos locos como nosotros, que se dan el lujo de andar por ahí vendiendo calidad suiza o precisión suiza. Yo diría que lo que de verdad venden es inteligencia e inconformismo suizos, ese que tienen desparramado por toda la sociedad.

LA EDUCACION ES EL CAMINO

Y, amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.
Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar.
Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo. Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas. Pero hay que hacerlo. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos. Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.

Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite. Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia. Después los celulares y luego la computadora, que al principio sólo servía para procesar números. Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta. Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.
Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez. O como los que vieron el fuego por primera vez. Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia. Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo. Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.
Es abrumador.

Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente. Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua. Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes. Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena. Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica. Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada. Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública. Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.

No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.
Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento. Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica.
Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación. No hay tarea más grande delante de nosotros.

EL IDEALISMO AL SERVICIO DEL ESTADO

Queridos amigos, estamos en tiempos electorales. En benditos y malditos tiempos electorales. Malditos, porque nos ponen a pelear y a correr carreras entre nosotros.
Benditos, porque nos permiten la convivencia civilizada. Y otra vez benditos, porque con todas sus imperfecciones, nos hacen dueños de nuestro destino. Aquí todos aprendimos que es preferible la peor democracia a la mejor dictadura.

En los tiempos electorales, todos nos organizamos en grupos, fracciones y partidos, nos rodeamos de técnicos y profesionales, y desfilamos frente al soberano.
Hay adrenalina y entusiasmo. Pero después, alguien gana y alguien pierde.
Y eso no debería ser un drama. Con unos o con otros, la democracia uruguaya seguirá su camino e irá encontrando las fórmulas hacia el bienestar. Nos toque el lugar que nos toque, allí vamos a estar tratando de poner el hombro.
Y estoy seguro de que ustedes también. La sociedad, el Estado y el Gobierno precisan de sus muchos talentos. Y precisan aún más de su actitud idealista.
Los que estamos aquí, nos acercamos a la política para servir, NO para servirnos del Estado. La buena fe es nuestra única intransigencia. Casi todo lo demás es negociable.

Gracias por acompañarme.

domingo, 7 de febrero de 2010

El celular de Hansel y Gretel


por Hernán Casciari
Orsai

Anoche le contaba a la niña un cuento infantil muy famoso, Hansel y Gretel. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice justo en ese punto:

'No importa. Que lo llamen al papá por el móvil'.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura si el teléfono móvil hubiera existido siempre. Cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer y qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector ahora mismo, en una historia clásica.

Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. Un teléfono con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, chatear, hacer videoconferencias y enviarse mensajes de texto?

Nooo, no funciona un carajo.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que Ulises regrese del combate y Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.

Un enorme porcentaje de las historias de veinte siglos atrás, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Existieron gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor hubiera sido trágica si los amantes hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica Romeo y Julieta basa todo su dramatismo en una incomunicación

fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA, PERO NO STOY MUERTA.

NO T PRCUPES NI HGAS IDIOTCES. BSO.OK ?

Y las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes hubieran tenido que cambiar el nombre por otros más adecuados. Por ejemplo, la novela de García Márquez "Cien años de soledad" se llamaría 'Cien años sin conexión' y narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick pero a nadie le funciona el messenger (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmorning).

La famosa novela de James M. Cain 'El cartero llama dos veces', escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

En la obra 'El espejo de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.

La bruja del clásico 'Blancanieves' no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90¤ la conexión y 0,60¤ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

Todo el cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

La telefonía inalámbrica nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.

Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real?

¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora? No. Le enviaremos un mensaje de texto. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador.

Nuestras tramas están perdiendo el brillo porque nos hemos convertido en héroes perezosos.

"La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica"

La vida no es esperar que pase la tormenta sino aprender a bailar bajo la lluvia.

publicado en Orsai, martes 7 de octubre de 2008

jueves, 4 de febrero de 2010

"How to Get Our Democracy Back"

El profesor Lessig hace un brillante análisis del primer año de la gestión de Obama en Estados Unidos. A continuación el video.

The Nation indica: Professor Lawrence Lessig has known Barack Obama for 20 years, and supported all his campaigns. In this video produced for The Nation and FixCongressFirst.org, Lessig outlines his concern over President Obama's limited approach to truly "changing Washington," and his view that Congress is a deeply broken institution in need of need reform."

miércoles, 3 de febrero de 2010

Tomás Eloy Martínez: Escritor y maestro del periodismo

por Ariel Dorfman
Sala de Prensa

Fue en diciembre de 1973, en la redacción del diario La Opinión, que me encontré por primera vez con Tomás Eloy Martínez, aunque la verdad es que ya nos habíamos leído y puede aventurarse que éramos de alguna manera amigos, con esa fidelidad lejana y feroz que suelen exhibir los lectores hacia un autor admirado. Eran tiempos nefastos. Yo había llegado la noche anterior de un Chile que le había prometido al mundo la revolución de Salvador Allende y nos había dado, en cambio, la asonada de Pinochet. Creo que se me notaban en el rostro y en los hombros las muchas y recientes muertes que cargaba– un aire fantasmagórico que me iba rondando y que Tomás no tardaría en discernir, él que era tan familiar con la muerte, de la que había sabido, hasta anoche, milagrosamente librarse.

Venía a conversar con Jacobo Timerman y cobrar un premio literario, pero también a juntarme con Osvaldo Soriano; y Soriano estaba conversando animadamente con Tomás, y ahí comenzó todo, así eran las cosas en esa época. Todos los que trabajaban en torno a la cultura en la Argentina formaban parte de una especie de colmena abigarrada de relaciones y sueños, se conocían entre sí e insistían en abrir puertas y ventanas. Eduardo Galeano me dijo que tenía que aproximarme a Rodolfo Walsh, Walsh me introdujo a Paco Urondo y me acuerdo de una noche infinita en que Augusto Roa Bastos me escribió largas y minuciosas listas con sus contactos, incluyendo a Graham Greene y Tomás, que bueno, fue el más expansivo y accesible. Me ofreció desde ese primer día que colaborara en el suplemento cultural que dirigía en La Opinión y también la publicación de un cuento en la revista Primera Plana. Hallé en él una generosidad que nunca cesó hasta el día de su muerte. Me armaba reuniones en su casa con corresponsales holandeses, curas revolucionarios y Montoneros esquivos, siempre bien regadas con vino y pasta y carnes, si bien él prefería el café como su oficina.

Aunque era la urgencia del momento político lo que nos unía en esas conspiraciones –llegaban noticias de más represión en Chile y cada día era más inquietante la evolución del Argentina en que Perón, en su última presidencia, viraba drásticamente a la derecha–, se infiltró la literatura en las conversaciones, en especial la extraña relación que guarda la ficción con la realidad en nuestra América Latina, la fluida tensión entre lo testimonial/periodístico/histórico y la forma en que la imaginación está obligada a tejer un escenario paralelo. Me dio a leer en manuscrito La Pasión según Trelew. Me pareció una novela más que reportaje y él me confió que la gran novela argentina tendría que construirse en torno al enigma de Perón. Tenía, me dijo, un proyecto para armar algo sobre él y tal vez sobre Evita y ahí supe de las memorias que Perón le había dictado en Madrid. Como tantas veces que Tomás contaba algo (y vaya que era narrador empedernido), no sabía yo si era cierto o no, si lo estaba inventando o había sucedido. Ya estaba especializando en confundir deliciosamente a sus interlocutores, ya iba juntando una pasión por la verdad y una compasión por los excluidos de la historia con una mirada mareante y juguetona que los críticos calificarían como postmoderna.

Lo que no era invento era el peligro que se cernía sobre la Argentina. Yo estaba desesperado por irme, veía que estaba por caer sobre Tomás y sus congéneres una masacre que haría palidecer las de Trelew y Ezeiza. Se lo dije a él y a su primera mujer, Pinky, la noche que fui a despedirme de ellos en febrero de 1974 –unos días antes de que viniera a buscarme la Triple A al departamento de mi abuela en la calle Urquiza. "Tienen que partir lo antes posible", les dije. "Los van a matar a todos." Tomás sonrió y me aseguró que me equivocaba. Algo malo se venía pero no iba a ser como Chile, él no tenía ganas ya de viajar, había tanto que hacer y construir en la Argentina, tanto que escribir.

No lo volvería a ver hasta 1978 cuando visité Caracas, donde él había buscado refugio unos anos antes. No me acuerdo si ya estaba casado él con Susana Rotker, una venezolana con la que yo trabaría una amistad tan entrañable como la que tenía con él, pero lo cierto es que a partir de 1984, cuando se instalaron en los Estados Unidos, pudimos armar un vínculo más permanente, puesto que residimos durante tres años en las inmediaciones de Washington D.C.. Ahí leí, antes de que se publicara, la obra que me había susurrado en Buenos Aires: era La novela de Perón, y quedé deslumbrado y hasta adelanté el juicio de que iba a ser imposible que superara aquella obra maestra. "Espérate", me dijo Tomás. "Falta Evita".

En esos años de nuestra expatriación pude, por fin, devolverle la mano a Tomás, ayudarlo como me había ayudado a mí cuando me encontraba náufrago en Buenos Aires. Lo recomendé para una beca en el Wilson Center de Washington (donde comenzó a escribir Santa Evita), y le presenté a mi editor en Pantheon, Tom Engelhardt, que publicó The Perón novel en inglés.

Después, nunca más convivimos en una misma ciudad pero jamás nos perdimos de vista. Y en la medida en que cada cual alcanzó algún grado de celebridad (como en toda auténtica camaradería, aclamábamos el éxito del amigo como si fuera propio), los lazos se fortalecieron. Pasaban meses en que no nos habláramos por teléfono ni nos encontrábamos en conferencias, pero era posible saber del otro por los libros publicados y enviados y, especialmente, por las crónicas periodísticas. No compartimos, desventuradamente, tan sólo los premios, victorias y páginas de un diario, sino también. . . y no hay nada que hacer, tengo que recordar aquella madrugada cataclismática en que Daniel Divinsky me anunció que Susana Rotker había muerto en un accidente de tráfico en Nueva Jersey. Y más tarde la voz de Tomás al otro lado de la línea, desolado, más allá del dolor, y sin embargo contándome todo como si fuera una película, como si no pudiera, aún en los momentos de mayor devastación, dejar de narrar y supiera que sólo relatar esa historia alucinante podía salvarlo de la locura.

Con eso me quiero quedar. Con su empecinada exigencia de doblegar la realidad y construir delirios y engañar el destino precario, el suyo y el de su país y el de su continente. Contra y adentro del lugar común que es la muerte. Con eso me quiero quedar, con eso vamos a quedarnos todos. Con su certeza de que si algo no se cuenta no perdura, no vale la pena que exista.