por Manolo Coss
Palabras leídas en la presentación del libro CARPETA 2704 INOCENTE, el pasado 7 de abril de 2010 en el anfiteatro L1 de la Facultad de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
Buenas noches:
En primer lugar, le expreso mi agradecimiento al Comité de Acción de Estudiantes de Derecho y a mi sobrina adoptiva Aura Colón Solá, por la invitación a participar de este distinguido panel de presentadores del libro Miguel Hudo Ricci, Carpeta 2704, ¡Inocente!
Como la confusión con mis hermanos es proverbial y redundante me presento nuevamente, soy Manolo Coss, carpeta #1458, no soy José “Papo” Coss, carpeta 1064, ni Luis Fernando “Peri” Coss, carpeta# 5577; soy el hijo del medio de Don Pepe Coss, carpeta #64 y de Blanca Coss, carpeta #2511… y hoy confieso públicamente que soy el que escribía con el seudónimo de Driesde González, quien también tenía su ficha en la División de Inteligencia de la Policía.
Como ven, provengo de una familia orgullosamente encarpetada, contrario al protagonista del libro que esta noche nos ocupa, por lo que muchas de las cosas que nos narra Miguel Hudo Ricci, en mi juventud las daba como inevitables, injustas pero comunes a todo independentista.
Y una gran lección que me reafirmó esta obra es la naturaleza perversa del carpeteo y el terrible impacto que tuvo la persecución sistemática del independentismo en todos y todas las y los puertorriqueñoS, de todos los partidos e ideologías… Todos fuimos manchados por el hostigamiento oficial y el el acoso del estado a un sector de la población… ¡y todos salimos perdiendo! Porque de alguna manera todos nos acostumbramos a la persecución y la llegamos a ignorar unos, avalar otros y una considerable mayoría a aceptarla como algo perfectamente normal.
El libro/testimonio de Hudo Ricci se cocinó a fuego lento por más de 30 años y afortunadamente hoy nos presenta un episodio de nuestra historia que es importante no olvidar, ni permitir que se enrede en las traicioneras telarañas de la tradición oral.
Del retrato biográfico de un joven puertorriqueño promedio de clase media con sus preocupaciones y cuestionamientos, la narración pasa a brindarnos el contexto de la época en que se produciría el evento que transformó la vida de Miguel, y la de miles de puertorriqueños.
Qué ocurría en nuestra Universidad y sus alrededores, la omnipresente política partidista puertorriqueña; el convulso mundo en que vivíamos --en el cual la rebeldía juvenil era protagonista de primera plana-- es parte del contexto descrito y presentado con la pericia de un graduado de maestría en ciencias políticas y con la destreza narrativa de su alterego el escritor.
Es importante notar cómo previo al incidente central de esta historia, iba creciendo la impaciencia estudiantil casi a la par con la terquedad de las autoridades universitarias y del país. La presencia militar en el Recinto no solo era un contrasentido a la misión universitaria, sino que era una provocación permanente contra las y los que se oponían al militarismo por las más variadas razones: por el carácter obligatorio del reclutamiento para la guerra, los que se oponían a la guerra por razones morales y los que repudiábamos el reclutamiento militar como una bofetada colonial y censurábamos la guerra de Vietnam por imperialista y genocida.
Más importante es anotar la cantidad de veces que el estudiantado había sido abusado por la policía Estatal y la contratada como guardia universitaria. Desde 1964 se iba hinchando el globo que explotaría el 11 de marzo de 1971.
La arrogancia del poder fue el cerumen que tapó los sentidos de la administración colonial, sobre todo el sentido común y el sentido de justicia. Por eso, mientras se celebraban centenares de asambleas, referéndums, peticiones y huelgas de hambre con el reclamo de sacar el ROTC del Recinto, nada pasaba y el globo del coraje seguía inflamándose.
La narración, desde su origen, del suceso más importante ocurrido en nuestro Recinto desde la huelga de 1948, es emocionante y sobrecogedor. Lo que comenzó como una escaramuza, casi de rutina por esos días, se convirtió en un auténtico campo de batalla entre la guardia universitaria, la Fuerza de Choque y los estudiantes.
El saldo terrible fueron tres muertos --dos policías y un cadete del ROTC--y cientos de heridos y arrestados casi todos estudiantes universitarios. El pueblo de Río Piedras fue sitiado y en su interior se desató un pogromo alucinante donde se golpeaba a todo ciudadano con pinta estudiantil, o de deambulante, o de desafecto al abuso.
Aunque el libro brinda las cifras oficiales de heridos, soy testigo de que decenas de estudiantes con la cabeza rota o los huesos molidos se abstuvieron de ir a hospitales donde seguro serían arrestados o detenidos para una ronda de “maceteo”. Más de un médico solidario tuvo que coser cabezas esa noche en su casa o en el dispensario privado.
En la narración del inicio de su calvario personal y legal como consecuencia de los sucesos del 11 de marzo, Hudo Ricci nos sumerge en una cadena del absurdo como en la película The Midnight Express o la novela La Broma, de Milan Kundera.
La mezcla candidez, sumada a malas decisiones, la vileza del poder del estado, y la perfidia de algunos mojigatos colonizados es explosiva y hace mucho daño.
Y esa explosión reventó en las manos del protagonista de esta zaga legal, quien por fortuna contó con la asesoría magistral de parte de sus abogados, encabezados por el licenciado Graciani Miranda Marchand, carpeta #735 y asistida por el letrado (este sí que es hombre de letras y abogado) Enrique Ayoroa Santaliz, carpeta #9296.
Recién finalizada la lectura del capítulo uno, tercera parte, me picó la curiosidad de ver si algún agente de la División de Inteligencia había notado mi presencia en la sala del juicio de Hudo Ricci y, por supuesto allí estaba anotadoÑ
“ASUNTO: Continuación Juicio Miguel Hudo Ricci (2704)… Para informar que hoy 17 de junio de 1972, hora 9:45 PM (¡SIC!) y en el Tribunal Superior, sala 7 de Hato Rey que preside el honorable juez José Antonio Andreu García, continuó la vista del juicio contra el individuo mencionado en el asunto”….
¨Para informar que entre los presentes se hallaba en sala Manuel E. Coss (1458)” y sigue con una lista de encarpetados que asistíamos al proceso legal, entre ellos Silverio Pérez, carpeta #1510.
La descripción del juicio, visto por los ojos del acusado nos brinda un filtro especial y único, porque es un momento en el que todos hablan de él, quien a su vez, tiene permanecer en silencio. De manera que esa vivencia es un ejercicio que el lector comparte con la intensidad con que la vivía,en estricta mudez, Miguel Hudo Ricci.
La reseña sobre el proceso legal nos descubre, de un lado la astucia y pericia con que la defensa salvó los obstáculos que seguían apareciendo, así como la bajeza de los que fueron allí a mentir y a entrampar a un inocente. Y bueno, también nos muestra la flaqueza moral y debilidad de carácter de quien luego presidió nuestro Tribunal Supremo y hoy lleva casos contra el estado que le paga una pensión, no Cadillac, sino una Hummer Special Edition!
Cuando por fin se anuncia la absolución y el trepidante ritmo del juicio parecía haber quedado atrás imponiéndose la razón y la justicia, las réplicas de ese temblor seguían reproduciéndose y perseguían al autor hasta donde se refugió en Nueva York y como en una novela de Ignacio Falcones el lector se pregunta, “¡pero coño, ¿es que las desgracias van a seguir!?”
Las reflexiones finales del autor culminan con un bálsamo de madurez y patriotismo para esta necesaria narración. El reencuentro con el oficio de sanar cuerpos para mejorar espíritus es un premio que el universo le brindó a Hudo Ricci y la catarsis alcanzada con este libro es una gratificación también para sus lectores.
Si me permiten, presentaré brevemente unas anotaciones técnicas.
En primer lugar, encomiar la labor del redactor de este libro, Luis R. González Argüeso.
El éxito de un escritor que narra en primera persona la vida de otro, como si fuera el protagonista mismo, radica en hacerse invisible. No en balde, durante los años de Macartismo en Estados Unidos se le llamaba “ghost writers” --o escritores fantasmas-- a los que firmaban novelas y libretos con otros nombres o que vendían su producto para que otro tomara el crédito.
Y lo de fantasma lo podemos aplicar en este caso también por la forma en que el escritor y el narrador primario se compenetran, para que el escritor asuma las penurias, alegrías y vicisitudes del protagonista y ambos se fundan en una sola voz, desarrollando una sola historia.
Si fuéramos a catalogar el género de esta narración, podríamos hacer como la revista Esquire cuando clasificó la obra de Truman Capote, A Sangre Fría, como una “novela de no ficción”.
Me parecen muy acertadas la inclusión como anexo de los dibujos que hizo en sala Emelí Vando y la bibliografía que recomiendan los autores.
El diseño de portada e interior, a cargo de “ekon7 Studio Design”, están muy bien logrado dándole a la obra el aspecto de una carpeta de subversivo y las fotos están muy bien colocadas, aportando contexto visual sin competir con el protagonismo del texto.
Finalmente, me parece que es pertinente que este libro se presente y se divulgue hoy en nuestro querido recinto universitario, pues soplan vientos de tempestad.
Hay una frase, bastante manoseada por cierto, adjudicada a William Shakespeare, que dice “el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”. A lo que aporto la sentencia que me dijo un amigo argelino sobre la sangrienta lucha de independencia de su país… “nosotros perdonamos, pero no olvidamos”.
A eso nos invitan Hudo Ricci y González Argüeso al concluir su libro y a eso me permito añadir que perdonamos y no olvidamos para reflexionar sobre lo ocurrido, para pensar.
Por lo que concluyo citando a mi hermano Peri (carpeta 5577):
“PENSAR es un concepto revolucionario en nuestros días. Y nuestro gran reto es elevarlo, relocalizarlo en el centro de nuestras preocupaciones, con la intensidad erótica que merece la más importante de todas las actividades humanas. PENSAR debería ser cool”.
Y este libro nos motiva a PENSAR.
Muchas gracias.
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