Por José E. Rivera Santana*
Especial para Claridad
A mi hija Laura,
quien nació en medio de la huelga de 1981
y desde entonces me acompaña.
A Natalia Sánchez López,
joven universitaria comprometida,
quien recientemente avanzó hacia la eternidad.
Para algunos ha resultado una gran sorpresa. Para otros, algo inexplicable. Indudablemente, la huelga del estudiantado universitario, su masividad y trascendencia, han convertido a los once recintos de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en el centro de gravedad de la lucha social en las pasadas semanas. No es la primera vez que esto ocurre. En el pasado, como ahora, la explicación hay que buscarla en los diversos factores sociales, económicos y políticos que constituyen el contexto objetivo.
En el 1981, la huelga universitaria en el Recinto de Río Piedras rápidamente cobró una dimensión inesperada. ¿Qué ocurría en el País en esos años? El gobernador era Carlos Romero Barceló, acusado para aquellos años de ser el autor intelectual del asesinato en 1978, y posterior encubrimiento, de dos jóvenes independentistas en el Cerro Maravilla. Al año siguiente, terroristas de origen cubano con el apoyo de la Policía de Puerto Rico asesinaron al joven cubano Carlos Muñiz Varela, quien se había distinguido por impulsar el diálogo entre el gobierno de Cuba y los cubanos emigrados. A Romero Barceló se le acusaba del fraude de las elecciones de 1980, cuando en medio del conteo en el Coliseo Roberto Clemente hubo “un corte” en la energía eléctrica en momentos en que éste perdía, y luego apareció ganando cuando se normalizó el servicio eléctrico. Bajo su gobernación en 1980, Adolfina Villanueva, la madre valiente que salió a defender su hogar, fue asesinada vilmente por la Policía frente a sus hijos. La comunidad Villa Sin Miedo se había constituido en el principal rescate de terreno con el apoyo de amplios sectores y enfrentaba la amenaza de un desalojo violento por la Policía, como efectivamente ocurrió posteriormente. Además, la economía atravesaba por uno de sus periodos cíclicos de crisis. En resumen, el País y, particularmente la juventud, se enfrentaba a un gobierno violento e ideológicamente autoritario y déspota. ése fue el contexto de aquella huelga.
Igual que ahora, los reclamos eran de índole estrictamente estudiantiles: la oposición al aumento en el costo de la matrícula. El estudiantado se expresó abierta, democrática y masivamente en contra del aumento. Se hicieron varias asambleas de estudiantes y un referéndum para que no hubiera duda del reclamo, pues como hoy, los administradores universitarios levantaron la mentira gastada de que se trataba de una minoría. Desde entonces, la supuesta mayoría silente ha sido una ficción, una creación burda y demagógica de los publicistas a sueldos de presidentes y rectores.
Como en la Alemania Nazi, el discurso de los administradores universitarios no ha cambiado, se basa en la repetición de la mentira acompañada con la violencia del Estado. En el 1981, Romero Barceló ordenó la ocupación del Recinto por la Policía, la Fuerza de Choque, unidades de SWAT en los techos de los edificios, la guardia universitaria, que fungía como un cuerpo semipoliciaco, y se recurrió a los tribunales para encarcelar al liderato estudiantil. Mientras, desde La Fortaleza, Romero Barceló, con elocuente paranoia, acusaba a los universitarios de formar parte de una conspiración subversiva. Nada de ello detuvo la huelga ni redujo el ánimo de los estudiantes. Por el contrario, logró hacia éstos el apoyo, el cariño y las simpatías del pueblo.
Igual ha ocurrido ahora. En la huelga presente el proceder del gobierno de Fortuño no ha sido distinto. Trataron infructuosamente de convertir la Universidad en un campo de concentración. Mediante la fuerza, agresiones y la intimidación de cientos de policías apostados en las verjas y portones de los recintos, han pretendido rendir por sed y hambre a los jóvenes universitarios. Pero el pueblo puertorriqueño, que no tolera el abuso, se los ha impedido y la solidaridad se ha desbordado en grandes movilizaciones que rompieron el cerco fascista.
Con muy poca originalidad, los actuales administradores universitarios repiten las mismas frases, las mismas ambigüedades y la arrogancia de sus antecesores. Su miopía ideológica no les permite reconocer la realidad. Tal vez, por eso se les escapa afirmar desde el subconsciente, “no hay peor ciego que el que no quiere escuchar…”. Para estos jerarcas, aquellos que defienden la universidad pública y cuestionan aquellas acciones o políticas que la pongan en riesgo, son una minoría, marionetas de agendas políticas cuyos hilos se controlan desde La Habana y Caracas (antes Moscú, y si no existieran dichas capitales se lo adjudicarían a alguna civilización en Marte).
El presidente de la UPR, José Ramón de la Torre y la presidenta de la Junta de Síndicos, Ygrí Rivera, junto a un puñado de burócratas al mando de las estructuras universitarias, no pueden entender la envergadura de lo que enfrentan porque no entienden el contexto. Las demandas de los estudiantes lo que en efecto cuestionan es la aplicación a la UPR de la agenda neoliberal de la administración de Luis G. Fortuño y su pretensión de destruir el carácter público de la Universidad de Puerto Rico.
Los administradores universitarios creen que los estudiantes olvidan que, desde diciembre de 2008, la Coalición del Sector Privado, a través de un informe que le entregara al gobernador recién electo, propuso que se redujera el presupuesto de la UPR y se aumentara el costo de la matrícula. Tales recomendaciones Fortuño las ha seguido fielmente como si fuera un libreto. Así, mediante la Ley 7, se redujo el presupuesto a la Universidad y hace unos días, Ygrí Rivera, afirmó la inminencia de un aumento en el costo de la matrícula tan temprano como el próximo agosto.
Con mucho sentido común, los estudiantes han llevado sus protestas fuera de los portones de los recintos hacia los grandes bufetes y empresas privadas, convencidos de fue la Coalición del Sector Privado utilizando a la administración Fortuño como marioneta la que decidió socavar y debilitar el carácter público de la Universidad. El estudiantado universitario lo ha entendido con claridad.
Pero hay algo adicional que explica la efervescencia y la determinación de los estudiantes. Muchos de ellos y ellas tienen en sus parientes y amigos cercanos, a las víctimas de los más de 20,000 empleados públicos despedidos y a un número similar o mayor que en consecuencia han perdido su empleo en el sector privado. Los estudiantes no viven en una burbuja aislados del resto del País. Y afortunadamente, nunca los ha caracterizado la indolencia. Su compromiso profundo con la justicia social y la solidaridad con el prójimo ha sido su norte.
Si hoy la mayoría de los puertorriqueños expresan su apoyo, simpatía y cariño hacia los jóvenes universitarios es porque se ven reflejados en la gesta estudiantil y se sienten representados en su voluntad de lucha.
*El autor es planificador, profesor universitario y Co-Presidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano.
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