Cierto es que el centro de Bogotá parece más apacible y ordenado que hace años cuando soldados armados hasta los dientes vigilaban la puerta de los hoteles de postín. Diez años atrás, la capital de Colombia era un thriller: magnums que desenfundaban a las primeras de cambio clints eastwoods de ocasión, niños que esnifaban pegamentos y meretrices que colocaban sus senos de estanqueras de Fellini sobre el alfeizar de las ventanas del barrio chino que -polvo serán mas polvo enamorado- no distaba mucho de la calle de los marmolistas con su extensa gama de lápidas mortuorias.
continúa
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